
Las mujeres rurales son pilares fundamentales del desarrollo sostenible en las regiones áridas, ya que ellas han mejorado la producción agropecuaria con la incorporación de técnicas como la captación de agua de lluvia, el uso de sistemas de riego eficientes y la conservación de suelos.
Datos del último Censo de Población y Vivienda del 2020, elaborado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en México viven 66.4 millones de mujeres, de las que 52.4 millones –que representan 78.9 por ciento– se encuentran en localidades urbanas. Esto indica que el universo de mujeres rurales es de aproximadamente 14 millones, es decir, 21.1 por ciento del total.
Uno de los ejes centrales ha sido la sustitución de cultivos de alto consumo hídrico (alfalfa, cebada y maíz, por nombrar algunos) por especies más resistentes a la sequía, como lo es el nopal forrajero, lo que permite una mejor administración del agua sin comprometer la productividad agrícola, y también la implementación de huertos familiares para potenciar la soberanía alimentaria y la diversificación de la dieta en estos hogares, para garantizar así el derecho constitucional a la alimentación nutritiva, suficiente y de calidad en estas regiones áridas.
La labor de las mujeres en zonas áridas no solo representa un testimonio de resistencia y creatividad, sino también un modelo de sostenibilidad y desarrollo comunitario. Su compromiso con la conservación del medio ambiente es un pilar esencial para enfrentar los efectos del cambio climático, pues su liderazgo se traduce en proyectos comunitarios que combaten la desertificación.
Además de su papel en la producción agropecuaria, estas mujeres poseen un vasto conocimiento sobre el uso de plantas medicinales, la preservación de semillas nativas y la gestión sustentable de la biodiversidad.